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Tomé mi primera clase de ballet a los 7 años y quedé fascinada. A los quince días me diagnosticaron una hepatitis que me tuvo en cama 6 meses y 2 años con "medio reposo". Es cierto que hay cosas que es mejor aprender de chica, la danza es una de esas. Por cuestiones que tienen que ver, entre otras, con la elasticidad del cuerpo, pero sobre todo con la elasticidad del alma. Cuando era chica no me importaba tener menos estado físico que Bergara Leuman, o tardar semanas en coordinar los movimientos de las piernas con los de los brazos. A medida que vas creciendo van aumentando las vergüenzas, los pudores, las trabas. Un día, 23 años después, decidí animarme. Todavía no sé colocarme bien, mis brazos tienen vida propia y ni sueño con un grand jeté. Pero lo que siento cada vez que entro a ese salón es algo que nadie debería perderse en la vida. Por eso, joven argentino/a si querías pintar y te inhiben tus horribles garabatos, no te amilanes; que no te amedrente no poder entonar ni el Cumpleaños feliz o los años de intentos frustrados con la flauta dulce. Hacelo.