Hace poco descubrí presa del horror más ridículo algunas canas escondidas entre mis rulos. Y me sentí grande y un tanto superficial. Durante mi adolescencia me teñía el pelo cada dos días de todos los colores y ahora me aferro a mi castaño rojizo natural como si fuera un estandarte; una multiplicidad de canas me obligará a perder mi color de pelo para siempre.
Recuerdo que a mi abuela le gustaba que yo le cortara el pelo y le "hiciera el color" durante mis veranos de visita en Entre Ríos. Y a mí me parecía un plomo tener que abandonar mi vagabundeo por la playa con amigas o mis retiros en el río para ir a teñir a mi abuela. Pero lo hacía porque la adoraba con locura y en un punto me gustaba tener algo que ver con su belleza ancestral, con esa coquetería que heredé sin darme cuenta. Ella era hermosa de una manera misteriosa, tenía los pómulos de una estrella de Hollywood que ahora no puedo nombrar y en las fotos de sus años mozos se la ve secándose la melena cobriza al viento en una hamaca.
Muchas de nuestras mejores conversaciones ocurrieron en esas tardes de Preferance Excellence de L'oreal, entre su olor a colonia y sus uñas pintadas de rojo pasión.
jueves, 30 de septiembre de 2010
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2 comentarios:
Qué lindos recuerdos!
Y qué desazón encontrarse canas!
Prefiero aferrarme a los recuerdos, Alicia, jiij, y no pensar en las impúdicas canas.
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