Pude observar con mucha atención una pata de color marrón que visitaba la isla todas las tardes. Descubrí que los párpados de los patos se abren desde abajo hacia arriba y que descansan con una de sus patas recogida y escondida debajo del plumaje. Otra tarde encontré sobre una cortina clarísima la figura de un bicho que parecía una hoja seca. Sentí una afinidad inmediata porque su disfraz me pareció ingenioso y porque su falsa hoja tenía ese color barroso, acaramelado de un otoño bien entrado, mi estación preferida. Nos saludamos durante cuatro días hasta que una mañana lo encontré en el piso, arrastrándose y haciendo ruidos como de avión en picada. Lo acerqué a la cortina que aparentemente tanto quería y ahí dio sus últimos suspiros.
Libélulas con cuerpos de un color rojo furioso, insectos en tonos flúo de lo más ochentosos, colibríes que pasaban en vuelo rasante cerca de mi nariz haciendo un sonido vibrante que parecía una risa o el sonido de un delfín, mejor dicho de Flipper que es el único delfín que escuché en mi vida; grillos enamorados, ranas enloquecidas y nubes de mosquitos azulados. Desde el agua se escuchaban los saltos que pegaban algunos peces, buscando qué se yo qué fuera del agua, o, tal vez, pispeando de puro chusmas. Cada vez que me dejan suelta en pedazo de pasto me pasa lo mismo, me dan ganas a mí también de salir volando, de ser un abejorro de cuerpo aterciopelado, el bicho fosforescente, un yuyo o algo así.
3 comentarios:
Ammmm..mmmmo el Delta, con sus bichos y todo!! Tambièn hay bichitos de luz, creo que no los nombraste ;)
saludos
quiero ir al delta, adónde fuiste? recomendaciones?
Me gusta y quiero, quiero,quieroooo!!!
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