

A los ocho años mi tía me llevó de visita al Museo Nacional de Bellas Artes. Fue amor a primera vista. Recuerdo que también vino mi prima, y se quedó dormida en un banco. Lo de ella era otra cosa, terminó bailarina la muy sinvergüenza.
Le juré amor eterno al furioso Gauguin de la planta baja; le guiñé un ojo al pasar a cuanta francesita retratada me crucé, y me enamoré secretamente de Florencio Escardó, pintado por Carlos Morel.
A Florencio todavía lo visito. Me gusta volver al Bellas Artes, tan abarrotado, tan poco pretencioso, tan apto para todo público. El sábado pasado tuve un encuentro cercano con una pintura del Greco. La había visto antes, pero esta vez fue diferente. Sus colores me envolvieron como el perfume de un jazmín. Después de unos minutos, las figuras alargadas vibraban con el eco de una grabación: "por favor manténgase lejos de las obras", repetido hasta el hartazgo por un señor con voz nasal. Supongo que dependiendo del estado de ánimo una va rumbeando hacia una sala u otra. Visiten el museo, elijan su obra, háganse amigos.