miércoles, 13 de mayo de 2015

Menos neurosis, más contemplación

Tarde a todos lados

No es necesario analizarse mucho para saber que hay frases terribles escuchadas en la tierna infancia y no tan tierna adolescencia que calarán hondo en tu futura salud mental. Una de ellas fue la siguiente: "ah, te hiciste señorita, ahora te va a crecer pelo por todos lados y vas a engordar". Gracias, tía Alejandra por proyectar todas tus frustraciones femeninas en tu asustada sobri de 12 años. Pasé todo ese verano esperando convertirme en un Yeti con sobrepeso. Superé la prueba y zafé de un largo historial familiar de trastornos alimenticios. Tuve, en general, una relación bastante sana con mi imagen corporal. Hasta ahora. Hace cuatro años tuve la genial idea de empezar a tomar clases de ballet. Yo, ex niña asmática, cuya idea del deporte era ver Super Match, clavé calzas y muscu y me lancé al mundo de la danza como quien se tira de panza al río. El primer año fue solo para superar la vergüenza de adulto tan poco práctica a la hora de aprender cualquier cosa. El segundo año ya estaba bailando un solo en la muestra de fin anual del estudio. Y ahora, bueno, paso cada segundo libre viendo videos de bailarinas que me gustan o coreografiando mentalmente todo lo que escucho. El tema que conecta todo con aquella frase de mi tía tan copada es el siguente. El atuendo para estudiar ballet es éste:
No responde a ningún manual de tortura sino a la necesidad de ver cada fibra de tu ser y poder trabajar en alinearla, rotarla, subirla, bajarla, etc. El ballet resultó ser una ingeniería monstruosa que involucra hasta la biomecánica. Claro, todas pensamos que es básicamente saltar haciendo poses envuelta en tules. El tema es que la mallita con media rosa es una cosa a los 9 y una moooy distinta después de los 30. Cuatro años de entrenamiento diario me afinaron, reacomodaron carnes diversas, me dieron tonicidades y elasticidades varias, pero poco pudieron hacer con aquel temor a convertirme en un Yeti con sobrepeso. Cualquiera pensaría que a cierta edad una se vuelve inmune a presiones por alcanzar un ideal corporal. Pues, no. Y el problemón es que este ideal es básicamente 10 kilos más flaco que el que se maneja en la calle, que, por cierto, rompe bastante las pelotas con el tema de la delgadez. Y déjenme asegurarles algo, es muy complicado concentrarse en una pirueta cuando te estás relojeando el mondongo en el espejo.