
Una manera sencilla de sobrellevar una tarde como la que me tocó el jueves es meterse en una librería y salir con algo. Estaba claro que no podía gastar un peso, pero la angustia tiene la amabilidad de retraerse luego de una compra. Cincuenta y tres pesos después, me senté en un café deprimente, como todo el barrio, con Ángeles y hombres de William Goyen en mis manos. Una delicia. Gracias a él contuve las ganas de salir corriendo y soportar estoicamente los inconvenientes de aquel día.