martes, 9 de diciembre de 2008



En algún momento nuestro cuerpo decide a través de qué sentido se va a conectar con el mundo. En mi caso el elegido fue el olfato. Probablemente por eso soy bastante sorda y confundo los colores. Yo me olvido de todo. Caras, nombres, cumpleaños, lugares, fechas. Todo. Pero jamás de los olores. Recuerdo el aroma exacto que tenían los pequeños ponies que me regalaron para mi cumpleaños número siete. El olor del shampoo que usaba mi prima para lavarse el pelo; los jazmines de la casa de mi tía en Entre Ríos, etc. Todo lo huelo y soy conciente de que es un hábito que tengo que disimular. A la gente, en general, no le gusta ser olida. Prefiero aquellos que no usan perfumes; los que huelen a jabón, a suavizante para la ropa, a galletita recién hecha, a canela. Mi abuela usaba colonia Johnson’s. A veces cuando pienso mucho en ella, siento una ráfaga de su perfume.

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