Si bien vengo notando un deterioro lento pero sostenido de la lengua en general, es el piropo callejero el que sintetiza todas mis preocupaciones. Cada vez usamos menos palabras, balbuceamos frases llenas de muletillas, como primates parlantes. Y no me refiero a un uso rimbombante y recargado del español; si antes para elogiar algo decíamos: "¡qué buen perfume tenés puesto!, ¿cómo se llama?"; ahora es: "alto perfume". Alto, grosso, posta, tipo, como, han reemplazado frases completas y perfectamente construidas.
Lejos quedaron los me gusta el azul, me gusta el rojo, pero más me gustan tus bellos ojos; ya ni siquiera pesco algo de ese ingenio morboso del piropo atrevido que pone a las chicas coloradas de vergüenza o un conciso ¡a la pelotita!, no. Ayer fui testigo de la muerte del piropo. Caminaba delante mío una chica despampanante, a dos metros un señor que esperaba el colectivo se enderezó, sacó pecho y se preparó. Cuando la señorita pasó a su lado se inclinó y acercándose a su oído emitió una serie de ruiditos guturales indescriptibles, que después comprendí emulaban el sonido de la succión. Ni una sola palabra, hubiese preferido un "te chupo toda".
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jueves, 26 de noviembre de 2009
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