viernes, 22 de agosto de 2008

Decílo

Me parece importante darse permiso para ser un poco estúpida. Me intrigan esas personas que sienten la obligación de decir solo cosas brillantes. En el fondo me dan un poco de pena. Debe ser agotador estar siempre a la altura de las expectativas, sobre todo de las propias. Yo solía ser muy controladita (eufemismo para híper-neurótica), prefería callar antes de dar algún indicio de debilidad mental. Gracias a Dios y sobre todo a Freud, hoy puedo decir casi todo lo que me viene en gana. Por lo general soy conciente de la estupidez que estoy diciendo y la disfruto, otras veces no. En ocasiones, algún evento posterior irrumpe para demostrarme lo tilinga que fui. La realidad se encargó de arrasar con frases como “Es imposible que Macri gane estas elecciones”, “¿te parece que eso está arreglado?”, “debe ser una amiga o la prima”, etc. La última vez fue ayer a la tarde, recordé una pavada que dije con muchísima vehemencia y creo que hasta agitando un dedito: “Odio el naranja, es un color que no soporto; y mucho más me molesta combinado con el verde, naranja + verde: jamás”. Revisando una carpeta de imágenes me encontré con esto:



Y me sentí una oligofrénica.

No hay comentarios: