lunes, 6 de abril de 2009

Nada es lo que parece


Sobre todo cuando se trata del noble trabajo del plomero. Por lo general nos presentan dos opciones para cada problema. Una de fácil resolución y otra complicada, que incluye rotura de pisos y paredes y grandes sumas de dinero. Siempre se inclinará por la segunda posibilidad. Una vez que elaboramos el trauma de tener que pulverizar medio baño sólo por una gotita de agua que cae desde el techo, comienza otro calvario. El de conseguir que el buen señor se comprometa con su profesión y se presente a trabajar. Eso jamás sucede. La variedad de excusas es amplia, incluso algunos se manejan con el tupé de no dar explicación alguna. Pasan las semanas y todo lo cotidiano es atravesado por ese hueco. Rápidamente se convierte en metáfora y todo se ve a través de ese agujero. Para mí, un desastre así en medio de mi casa es fatal. No estoy en paz hasta que todo vuelve a su lugar. Me altera de muchas maneras. Es como si se rompiera aquello que me define como un ser civilizado. No importa si el resto de la casa funciona como siempre. La pared picada, los escombros apilados son para mí la marca misma del desorden. Aparentemente el orden es algo que me gusta manejar. Por lo menos en mi casa.

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