lunes, 18 de enero de 2010

Cara de eucalipto


Los recuerdos de la infancia tienen mucho de construcción y abundan en adendas. De esos primeros años tengo imágenes muy borrosas y dispares. Sin embargo, estoy convencida de que existe algún lugar de anclaje, un punto indiscutible e indiscutido de conexión con aquellos días. Nunca sabré si realmente cantaba Princesita linda a los dos años, o cómo me sentí cuando se comieron a mi chivo y dijeron que se había vuelto a la montaña. Lo que tengo clarísimo es el eucalipto tiene en mí el mismo efecto que el jazmín de la flor chiquitita: una irrupción instantánea y mágica de felicidad. En un segundo pasan por mi cabeza sin repetir y sin soplar todas las tardes en la quinta de mi abuela, el olor a cloro de la pileta, el ruidito de las chicharras, el canto en "u" de las torcazas y los rulos de mi hermana.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Los eucaliptos han marcado mi niñez. Horas sentada debajo de su sombra en el campo con un buen libro entre las manos.

Personas en la sala dijo...

Ese olorrrrr