sábado, 3 de enero de 2009

Mi abuela Cory


    

Con ella tomé mis primeros sorbos de whisky a las siete de la tarde. Conocí el encanto de las cremas y de los perfumes. Aprendí que se puede hacer un excelente asado sin dejar de ser una señora coqueta. Todavía la veo revisando las brasas en una noche de enero. La piel de los hombros, brillante, casi nacarada asomada a una camisa, siempre de color. El pelo cobrizo, recogido en un cuidado rodete; las uñas, indefectiblemente pintadas de rojo. Le gustaba tenernos cerca y contarnos historias. Todo en ella me parecía fascinante. Ahora que lo pienso, no había mucho fuera de lo común en su vida. Se había enamorado muy joven, se había casado con ese hombre que le llevaba 15 años. Había tenido cinco hijos, había viajado, y cosas por el estilo. Pero si una la escuchaba con atención, siempre había un detalle que delataba su naturaleza extraordinaria. El primer diálogo que tuvo con mi abuelo fue desde la copa de un árbol. Entre sus mascotas hubo ñandúes, virachos, tapires. Viuda desde muy joven, dormía con un revólver debajo de la almohada aunque era incapaz de matar una cucaracha. Pero lo que más atención me llamaba era eso, verla al mando de la parrilla. Aunque hubiera hijos, yernos, nietos, sobrinos, hermanos, el asado lo hacía ella. Este detalle tan insignificante cobra otro sentido en una provincia como Entre Ríos. Ahí el asado es cosa de hombres, y las cosas de hombres pocas veces se discuten. Cuando pienso en una mujer poderosa, entre otras se cruza la imagen de mi abuela. Linda, perfumada, sonriente, sirviendo el asado a todos los hombres de mi familia.

6 comentarios:

Anónimo dijo...
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Diego dijo...

Encantadora, tu abuela :-)

Clarita dijo...

Fa! me emocionó lo que pusiste y ni siquiera tengo abuela, o vivencias emocionantes con abuela alguna!!!

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...
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Julieta dijo...

Que lindo Cande. Yo también tuve una abuela especial y doy gracias por eso. Ni hablar que en estas fechas la extraño mas q nunca. Ella nos congregaba alrededor de su mesa.