
Tuno Parera
Puerto de La Paz, 1971
Copia de época

Tuno Parera
Tarde entrerriana, 1971
Copia de época









Con treinta años no puedo decir que crecí inmersa en la tecnología. Digamos que mi generación es la que vivió el paso del cassette al cd, las primeras videocaseteras, los celulares gigantes, etc. Un poco por eso y otro poco por una ancestral resistencia a todo lo que acerque a una máquina y me aleje de las personas no viví con mucha naturalidad el boom de la web. Me costó tener un correo electrónico, chatear en vez de levantar el teléfono, los mensajes de texto, etc. Pese a todo, tengo blog, chateo frenéticamente con mi amiga Lu y sí, tengo Facebook. De todos los berretines cibernéticos este es el que resulta más inquietante. Me pregunto qué es lo que lleva a una persona a querer publicar vía Internet que se ha hecho fan de las cosas más extrañas. “Fulanita se ha hecho fan de hacer cucharita”, “Sultanito es ahora fan del tiramisú”, “Menganita se hizo fan de las empanadas de choclo”. ¿Cuál es la necesidad de comunicar tu preferencia por las frutas de estación o quién es tu personaje favorito de Friends? Y la elección de verbos también me intriga. “Susanita fue etiquetada por tal”. Cada vez que leo esto no puedo dejar de imaginar una versión dark de Facebook en la que las personas sean etiquetadas tal cual lo son en la vida real. Supongamos: “Pirula fue etiquetada como desesperada por encontrar marido”, “Juan fue etiquetado como bueno para los deportes, pero no le den un libro”. La sola idea me pone los pelos de punta. De todas maneras, estoy segura de que las etiquetas más duras son las que me pongo yo sola.


La primera vez pensé que alucinaba porque era muy tarde. La segunda, pegué la nariz contra la ventana del 29 y vi claramente que se trataba de un monitor que proyectaba un mar en movimiento. Una pantalla chiquita, de esas que se usan en los circuitos de seguridad. Está empotrada en la pared de una casa del barrio chino. Durante meses la espié desde el colectivo sin el coraje para acercarme. Temía que se tratara de un malentendido. La idea de una casa que ofreciera un mar escondido entre las hojas de una enredadera me gustaba demasiado. Algunas veces, cuando te acercás mucho a algo, cuando querés comprenderlo todo, te llevás tremendo fiasco. Si se trataba de un liso y llano monitor de vigilancia, ¿cómo hacía para sacarle la magia a esa casa de golpe? Felizmente, no se trataba de ningún chasco, ahí estaba el monitorcito impertérrito, con su oleaje continuo. Esta vez me salió bien, con las personas no siempre tengo tanta suerte.
Hoy quiero ser gato y que mi única preocupación sea encontrar un rincón tranquilo para dormir la siesta. Creer que cazar esa mosca es lo más divertido del mundo. Gritar cuando se me antoje picar algo, y si eso no funciona, empezar a tirar cosas desde la mesa. Y justo cuando me vaya a retar; pegar un brinco, rebotar contra una pared y terminar con un salto tan monumental y tan felino que le haga olvidar el motivo del enojo para aplaudir y festejar mi hazaña. Zonzo. Quiero despertarlo mordiéndole los dedos de la mano y acompañarlo a prepararse un mate. Sentarme en su falda y hacerme la dormida mientras pienso que nunca nadie se vio tan perfecto leyendo un libro.
Debo decir que mi infancia fue muy feliz. Los juegos con mi hermana, los libros de cuentos, los atentos cuidados de mamá, el alboroto con la llegada de papá del trabajo, el pan con dulce de leche, las canciones, los Pitufos, los crayones, el canasto de los juguetes. Mis mejores recuerdos son de nuestras expediciones a Entre Ríos. Viajes eternos en los que siempre se rompía el auto y pasábamos horas comiendo sandwichitos de pan lactal y Coca Cola. Después de un viaje promedio de 14 horas llegábamos al encuentro de abuelas y tías litoraleñas y todo era una fiesta. Una fiesta en la que los adultos se empachaban con asado para terminar durmiendo largas siestas. Sabido es que ningún niño duerme siesta, por lo menos no voluntariamente. Con el clásico mecanismo de asustar para conseguir su cometido (padres, revisen esto con algún terapeuta, por favor, hay otras maneras), nos metían el cuento de la Solapa. La Solapa es la versión entrerriana del viejo de la bolsa. Se supone que se lleva a los niños insurrectos que no pegan un ojo entre las dos y las cinco. Mi problema con esta figura es que nunca me generó miedo. No importaba el tono amenazante que usaran mis tías, siempre me la imaginé como un ser fantástico, mezcla de persona y pájaro, con voz de cigarra. Y nunca creí que buscara a los chicos para secuestrarlos, para mí nos buscaba para jugar. La esperé sentada bajo un eucalipto rigurosamente, durante cuatro o cinco veranos. Ensayaba el diálogo con el que me iba a presentar y los juegos que podíamos jugar (todo menos cartas, sigo igual). Todavía ahora me parece verla sobre alguna barranca o la imagino paseando sobre un camalote. Hace un tiempo me encontré con este dibujo de Julián Gatto y me pareció que era ella.



Es sabido que las chicas solteras debemos tener algo que nos identifique, pues somos altamente peligrosas. El gato siempre funciona. Sobre todo una preciosura como este. Escuché a muchas decir que su miedo más grande era terminar viviendo sola con muchos gatos. Curioso, el infierno de algunas es la felicidad de otras. Quiero aclarar que no lo trato de “hijo”, no le pongo ropita, tampoco creo escuchar la palabra “mamá” disfrazada en un maullido. Está bien, yo también tengo mis prejuicios y me atrevo a decir que las personas que no quieren a los animales no son de fiar. Y así estamos, todos llenos de etiquetas.








En algún librito cursi leí algo así como “extraño a alguien que jamás conocí”. En ese momento me produjo arcadas, pero ahora entiendo. Yo siento nostalgia por una época que nunca viví. Un momento en el que las publicidades funcionaban así: pintoresca ilustración de una botella + texto que dice “Ginebra Llave, la mejor”. Hoy están todas llenas de supuestos guiños y gestos cómplices. Me hacen mal. ¿De verdad les parece gracioso lo de la nueva regla ortográfica de Kangoo? ¿Por qué todos los locutores ponen esa voz de “amigo canchero”? Y finalmente, los adjetivos “fresco” y “cómodo” no funcionan bien cuando los aplicamos a “ojos”. “Son las siete de la tarde y mis ojos siguen frescos y cómodos como…”. ¿Qué? Para las Menthoplus, vaya y pase, pero los ojos frescos… es demasiado.